jueves, 26 de noviembre de 2015

A MOVER ESOS CUERPOS!

Por CLÀUDIA GURÍ MORENO



METABOLISMO LIPÍDICO Y SEDENTARISMO

A pesar del conocimiento social sobre los efectos saludables asociados a la práctica regular de ejercicio físico, la inactividad y el sedentarismo son rutinas que siguen en aumento, hecho que ha hecho señalar la obesidad y el sobrepeso como la epidemia del siglo XXI en los países industrializados. Aunque se haya demostrado en distintos estudios que el hecho de realizar actividad física regularmente favorece al metabolismo lipídico de los individuos, hay que señalar que la respuesta en el perfil lipídico tras una sesión de entrenamiento, así como los efectos sobre el mismo varían según el tipo de ejercicio, la intensidad, la frecuencia, la duración de la sesión y el tiempo de permanencia en el programa de entrenamiento físico. 
Los lípidos almacenados en nuestro organismo constituyen una fuente prácticamente inagotable de energía durante el ejercicio: su utilización crece conforme la duración del ejercicio se va prolongando. Los ácidos grasos que se usan en el metabolismo muscular proceden del tejido adiposo, de las lipoproteínas circulantes o de los triglicéridos almacenados en la célula muscular. El aumento de la secreción hormonal de la glándula suprarrenal y la aminoración en las concentraciones de insulina son los principales estímulos de la lipólisis durante la realización de ejercicio físico. 
Está demostrado que el entrenamiento de resistencia aumenta la sensibilidad a receptores beta adrenérgicos en el tejido adiposo, lo que implica un mayor consumo de ácidos grasos como fuente de energía. Por otro lado, el ejercicio realizado a intensidades superiores al umbral anaeróbico, acarrea un aumento en la concentración de lactato sanguíneo, hecho que facilita la recombinación de los ácidos grasos libres y del glicerol para forman triglicéridos, lo que reduce la disponibilidad de los ácidos grasos libres como sustrato energético. 
Por estos y otros muchos motivos se ha considerado el sedentarismo como la base fisiopatológica principal del síndrome metabólico dado que posee un rol fundamental en el desarrollo y mantenimiento del sobrepeso. Es por eso que el aumento del gasto calórico a través del ejercicio debe hacer parte del programa de prevención y manejo de la obesidad y del síndrome metabólico. La alta densidad calórica del tejido graso implica que la magnitud del déficit energético necesario para la reducción de peso sea muy alto. 
Diversos estudios epidemiológicos han demostrado un mayor impacto de la actividad física regular sobre los lípidos en aquellas personas con alteraciones más importantes. El entrenamiento regular de tipo aeróbico es capaz de inducir además un gran número de adaptaciones metabólicas que facilitan la oxidación de las grasas a nivel de las mitocondria, además de potenciar los efectos favorables de la restricción calórica sobre las lipoproteínas. 
Como podemos ver, el sedentarismo afecta gravemente a nuestro estado de salud. No sólo afecta a las personas con un síndrome metabólico, sino que, aunque no lo hayamos mencionado a lo largo de esta entrada, también contribuye a un aumento de las probabilidades de sufrir una enfermedad cardiovascular y muchas tras consecuencias nocivas para los individuos. 

Para entenderlo mejor, no os perdáis el siguiente vídeo: 





BIBLIOGRAFÍA/WEBGRAFÍA








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